Discriminación de mercado y desigualdad de género: perspectiva de un estudiante de economía

Iñaki Varea Vélez

La desigualdad que se vive en México (y el mundo) es resultado de una construcción sociocultural e histórica; en la cual, en primera instancia, se designaron géneros, y con ello, criterios de comportamiento, de apariencia y roles dentro de la sociedad. Es decir, se creó un estilo de vida para los hombres y otro, muy distinto, para las mujeres.

No es casualidad, entonces, que sean víctimas de frases, refranes, piropos y publicidades denigrantes y/o machistas: “Pegas como niña”, “Aprende a cocinar, o no te casarás”, “Consiente a las mujeres de la casa, regálales un kit de sartenes”… Afortunadamente en años recientes, la gente ha caído en cuenta de la problemática y ha intentado eliminar la idea del sexo débil.

Pero, ¿qué hay de la discriminación sutil o con disimulo? Esa que ante el candoroso ojo público es invisible; no obstante, existe y afecta a todas las mujeres por igual, por el simple hecho de ser mujer.

El PINK TAX, o Impuesto Rosa es una forma de discriminación de precios con base en el género; o en otras palabras, cuando a un género se le cobra un precio diferente al de otro género por los mismos bienes o servicios. Además, la economista Valeria Silva explica que a diferencia de otras formas de discriminación, faltan mecanismos precisos y eficientes que permitan combatir esta discriminación de mercado.

Ahora bien, los estereotipos de género juegan un papel crucial en todos aquellos producto que presentan disparidad de precio. La presión social de la mujer y su vínculo directo con la feminidad ha ocasionado la perpetuidad del Impuesto Rosa; ya que, curiosamente, se aplica a productos cuyas características aluden y ayudan a satisfacer el ideal y la realización de la mujer.

De acuerdo a un estudio realizado por el Departamento de Asuntos del Consumidor en Nueva York, los rastrillos para mujer, que usualmente se encuentran de color rosa, son un 11% más caros que los de hombre; los productos para el cabello enfocados al mercado femenino se paga en promedio un 48% más que el mismo producto para hombres; incluso los juguetes para niña tienen una diferencia del 11% en precio en comparación con los juguetes de niño.

El estudio antes mencionado, comparó alrededor de 800 productos (que van desde artículos de higiene personal, ropa, calzado, hasta medicamentos), y encontró que en el 42% de los casos, las mujeres pagan más. En California, EE.UU, durante los 90’s, la discriminación de precios generó para las mujeres un gastó adicional de $1,300 dólares extras cada año.

El abogado Michael T. Cone, quien ha dedicado alrededor de una década investigando el impuesto, logró que el Pink Tax sea un tema de interés público… — “Sería indígnate si usted comprara una playera y que ésta costara 5% más sólo por ser hombre o mujer. Todos deberíamos estar igualmente indignados” — dijo.

Efectivamente, es un problema que no afecta únicamente a las mujeres, debido a que el sobreprecio no sólo recae en las consumidoras, sino también en las compañías que importan productos con impuestos o tarifas basadas en el género. Algunas marcas reconocidas internacionalmente como Steve Madden, Asics y Columbia Sportswear, fastidiadas por el costo que representa el impuesto irracional, tomaron la iniciativa y demandaron al gobierno estadounidense por su implicación en las tarifas sexistas.

Irónicamente, el Impuesto Rosa también es parte de la vida del hombre, pues como dije, en ocasiones los impuestos de importación basados en el género masculino son superiores que los impuestos de importación femeninos, lo que genera que el precio que paga el consumidor por el producto final sea mayor; por lo tanto, los hombres pagan más en productos como: Trajes de baño (28% de impuesto para las importaciones de hombre y el 12% para las mujeres) o en camisas de lana (18% de impuesto por importación, más del doble que el de las mujeres), por decir algunos. Sin embargo, no debemos olvidar que la mujer es la principal perjudicada.

Por desgracia, la desigualdad entre hombres y mujeres va más allá que la discriminación en precios según el sexo. Otra de las pugnas importantes radica entorno a la igualdad de oportunidades laborales y a su vez, a la posibilidad de percibir salarios iguales a los de un hombre.

En México, de acuerdo al CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), las mujeres ganan 9% menos salario que los hombres, y la brecha se acrecienta en el sector pobre de la población donde las mujeres ganan 20% menos. Aunado a ello, la representante de ONU Mujeres en México, Ana Güezmes dice que “no hay correspondencia entre el nivel educativo que han logrado las mujeres mexicanas, que prácticamente es paritario en todos los niveles educativos, y la participación laboral”.

De nuevo, estereotipos culturales que demuestran que la sociedad no espera ver mujeres insertadas en el ámbito laboral; por el contrario, se espera la relación mujer-hogar, o mejor dicho realizando tareas domésticas. Por esto mismo, Valeria Silva expone que: “se genera una asociación cultural donde se percibe a las mujeres como mejor capacitadas para trabajos de cuidado, como es el caso de la docencia, la enfermería, la atención al público, y el propio trabajo doméstico remunerado. Se trata de sectores de la economía que pagan salarios más bajos que los sectores en los que se insertan los hombres”.

¿Todo esto qué nos dice? Las mujeres gozan de menos oportunidades laborales, a pesar de contar, en promedio, con mayores niveles de escolaridad. El ingreso de los hombres es suficiente para absorber la discriminación de precios; mientras que las mujeres gastan más debido al Pink Tax aunque con un ingreso menor, arrastrándolas injustamente a ciclos de pobreza y desigualdad imposibles de salir.

Las condiciones sociales, culturales e incluso economices de desigualdad y discriminación hacen que las mujeres (por ser mujeres) sean oprimidas, abusadas, y explotadas… Por años se han repetido dichos patrones de conducta, estereotipos, paradigmas que nos alejan más y más como individuos; y me pregunto:

¿Qué no nosotros, los jóvenes, éramos la generación del cambio?

Alumno de economía y finanzas de la Universidad Iberoamericana campus Puebla Consejo estudiantil: DELTA-ECO

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