Raúl Contreras Flores
En trascendental evento histórico-cultural llevado a cabo en las instalaciones del Senado de la República, en días pasados se logró inscribir en el Muro de Honor el nombre de Xicohténcatl Axayacatzi, con la leyenda “Guerrero tlaxcalteca indómito”, esto como un homenaje a la resistencia y la dignidad de los pueblos indígenas.
Tras una ardua labor de la tlaxcalteca Ana Lilia Rivera Rivera, presidenta de la Mesa Directiva del Senado, las puertas del recinto legislativo se abrieron para mostrar una minúscula semblanza de la grandeza histórica y cultural que posee la entidad más pequeña del territorio nacional, pero, no por ello, menos digna y combativa.
Denostado, aunque sin conocer a fondo el contexto económico, político y social que privaba en aquella época, factores determinantes en la alianza establecida con el ejército invasor comandado por Hernán Cortés, y que devino en la derrota infligida al imperio mexica y la caída de Tenochtitlán, el pueblo tlaxcalteca carga hasta nuestros días con el pesado estigma de ser considerado un pueblo “traidor”.
No obstante, a través de las emotivas como vehementes intervenciones en tribuna de las senadoras Ana Lilia Rivera Rivera y Beatriz Paredes Rangel, además de la aportación histórica de Citlalli Xochitiotzin Ortega, se invitó a retomar el análisis y debate histórico que permitan trascender estereotipos simplistas impuestos al tlaxcalteca.
Más allá de colores partidistas e ideologías, las senadoras mostraron su beneplácito por ser tlaxcaltecas, al tiempo de coincidir en la defensa de su identidad con dignidad y orgullo.
El evento no fue cosa menor, en un país plagado de racismo y clasismo, el hecho de que una mujer tlaxcalteca de piel morena haya propugnado desde la tribuna del Senado de la República, como presidenta de la Mesa Directiva, por el reconocimiento de su pueblo natal como copartícipe en la construcción y grandeza de nuestro país tiene, sin duda, una enorme valía.
Lograr la inscripción del nombre de Xicohténcatl Axayacatzin en la Cámara Alta representa el reconocimiento tácito a la cultura e identidad del pueblo de Tlaxcala, así como un símbolo de unidad nacional.
Porque, lo queramos admitir o no, la historia narra, y nadie lo ha negado hasta este momento, la migración que centenas de tlaxcaltecas realizaron para cumplir con la misión de poblar diferentes regiones que conformaban en aquellos tiempos el territorio nacional; por lo tanto, esas profundas raíces están presentes en el México actual.
Que algunos de sus gobernantes contemporáneos no comprendieron o no comprenden, no entendieron o no entienden, o no conocieron o no conocen la grandeza de su propia tierra, eso es otra cosa. Quizá a éstos el estigma de “traidores” les encaje a la perfección. O, probablemente, se consideren descendientes “directos” de los españoles invasores de piel blanca y cabello rubio, y a sus gobernados simplemente los vieron o, peor aún, simplemente los ven y tratan como sus simples vasallos.
Enhorabuena para el noble como aguerrido pueblo tlaxcalteca la realización de este importante evento que, desde el Senado de la República, intenta reivindicar y dignificar la historia, cultura y grandeza de sus hombres y mujeres, héroes y heroínas del color de la tierra.
Afortunadamente, para Tlaxcala no todo son fantasiosos Record’s Guinness, voleibol playero sin playas, box, ni tenis para las élites, viles cortinas de humo detrás de las cuales se esconden jugosos negocios al amparo del poder.