Por: Montana
Nacer bien a la mitad de los 90´s permite suponer algunas cosas, por un lado, el hecho de que nuestra generación pudiera vivir la última transición del mundo analógico a lo digital (bueno, por lo menos de la forma en la que se vivió en Latinoamérica, la cual sigue siendo, y es súper rara). Nos permitió como jóvenes, crecer con diversos puntos de referencia, que de cierta forma, “nos han servido” para contrastar la compleja “cotidianidad digital del siglo XXI” (porque había una propia en los 90´s), con los supuestos de: “antes era mejor y como ahora ya no es de cierta manera ya no lo es, pero antes tampoco lo era, y así…. me pasó a mí y te pasara a ti… ugh”, pero siempre, según el presente que le heredaron las generaciones que le antecedan a la que se queja en turno, o sea la discusión se renueva y renovara.
También, esta transición provocó que para millenials y gen z’s exista una percepción normalizada de la descomposición del tejido social, y que si bien, esta normalización no es de “ahora”, y se ha ido (de)formando con el desarrollo de la sociedad, sus avances y demás eventos históricos, este modo de percibir la cotidianidad, se ha consolidado y reforzado segundo a segundo debido a la velocidad con la que viaja la información y como hasta es absorbida por la cultura popular, usándola no solo para hacer apología pop sobre ella (en el mejor de los casos), si no para mostrarla como algo que “solo sucede” y forma parte ya de nosotros.
Para los jóvenes tlaxcaltecas (y mexicanos), el escenario de la política actual debe ser un caos, y uno que no podemos negar (¿¡basado en qué!?), y que día a día parece pudrirse más y más, y con ello, proceder a estancar a generaciones futuras, en las que con toda justificación, no existe (y difícilmente existirá) una confianza o respeto hacia la práctica de la política y sus políticos (y…las instituciones públicas, la policía, el manejo de la educación, salud, deporte, cultura y bueno, de casi todo). Pues (aquí si hay justificaciones y de sobra) toda esta práctica es percibida como una actividad que ido más en contra históricamente de la gente, que a favor de procurarla (y si bien hay avances e instituciones y así… it’s just not enough), por lo que en el colectivo no es difícil encontrarse con la idea de que: no hay nada más anti pueblo que el ser político o policía, (que para fines prácticos son casi la misma cosa).
Por lo anterior, que se percibe a la política como algo alejado para la muchos jóvenes. Y la verdad, es que es muy difícil, formar parte de una generación la cual esta bombardeada por cosas más ¿“interesantes”? Por lo que para la política, la búsqueda de la inclusión efectiva y legitima de los jóvenes es una tarea casi imposible, y es que, ¿cómo competir con toda un cultura que se refuerza segundo a segundo, moldea nuestra cotidianidad y aspiraciones personales, traumas y hasta da soluciones a los mismos, y que, bueno, nos absorbe diariamente, y la cual pareciera no dejar espacio para mirar a otro lado, a los problemas del presente, a la realidad que nos demanda acciones como jóvenes y futuros bomberos (de problemas) para nuestro México.
A los partidos políticos no les queda más que repetir prácticas que están cada día más condenadas a fallar que a rendirles los resultados ansiados (cuadros nuevos), y es que ¿con qué moral y credibilidad, buscan acercarse a los jóvenes? Y digo jóvenes, jóvenes, no adultitos, copias de sus papás que solo buscan heredar su cacicazgo, con la idea que les tocará (igual y sí, pero la neta que perro asco).
Me refiero a los millones de jóvenes, que son necesarios (y que si bien no TODOS pueden estar dentro de), potencialmente son el semillero que contiene bastante talento necesario para una real renovación generacional. Es difícil concebir que el talento para cambiar y mejorar las cosas se encuentra solo en los partidos, de hecho rara vez ahí hay talento de sobra.
Es complicado sentirse parte de algo que ha estado sostenido en prácticas que no priorizan el desarrollo de jóvenes (solo se usan como elemento discursivo), y que los que nos presentan como nuestros símiles generacionales, se vean tan lejanos al resto, es como querer comprar unos tenis falsos, se ven iguales, pero todos sabemos que son falsos.