Por Liliana Becerril Rojas
La polarización social que vive México, en la que la segmentación etiqueta a los ricos y a los pobres, a los “fifís” y a los “chairos”, a los “aspiracionistas” y “al pueblo sabio” para enfatizar las diferencias, para señalar los desencuentros y hacer más vistosos los contrastes ideológicos, económicos, culturales y de origen solo puede conducirlo a la deriva. Porque mientras la sociedad mundial está buscando que la sororidad, la equidad de género, la inclusión y la libertad sean los valores predominantes en todas las actividades humanas, el discurso oficialista desestima tales principios, porque en la estrechez de ideas no hay panoramas amplios.
Si bien, la pobreza es uno de los grandes problemas sociales que aqueja a la humanidad actualmente, no se puede resolver con acciones paliativas: se requieren soluciones de fondo, que atiendan sus causas y raíces. Pero cuando se está en la disyuntiva de atender las necesidades de la población en situación vulnerable o en practicar el clientelismo político, entonces se ha perdido el sentido, el propósito. Y cuando se mira más allá de las fronteras para incidir en las voluntades políticas a favor de intereses particulares, entonces se generan políticas incongruentes y fallidas.
El discurso oficialista parece contradecirse porque mientras al interior del país se promueven las divisiones y se fomenta la discriminación, al exterior se habla de igualdad, de respeto a las diferencias. Exige la inclusión de gobiernos que a su vez limitan a sus ciudadanos en lo que respecta a sus libertades y condiciona la participación del Ejecutivo en un evento de relevancia internacional, faltando al principio de no intervención que ha caracterizado a la política exterior de México, como mecanismo de presión.
Mientras en México se vive violencia, desempleo y falta de condiciones para el desarrollo de la población y para su estabilidad. La política exterior abre puertas y espacios laborales para extranjeros que son responsabilidad y deberían ser prioridad para sus propios gobiernos. Se pretende enarbolar una bandera de autoridad moral que se desvanece cuando se ve desde el interior de nuestro territorio.
La simulación jamás logrará ser una verdad. El peso moral se adquiere cuando el discurso se concreta con hechos, cuando la voz de la razón da sentido a las palabras y conduce las acciones. Por eso, ante el intento de mostrar a un México solidario y fraterno ante las naciones “menos afortunadas” los ciudadanos no pueden sentirse menos que ofendidos: no hay condiciones adecuadas para la productividad, porque la inseguridad, la inflación y las medidas que ignoran las necesidades de la sociedad son las circunstancias que crea el Estado.
Como ciudadanos necesitamos hacernos escuchar, hacer que la garantías que nos brinda el ser mexicanos sean respetadas y priorizadas por encima de cualquier interés partidista o de grupo. #TlaxcalaMásGrandedeloqueCrees
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