Por Liliana Becerril Rojas
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Quizá pensar en una candidatura independiente para ocupar un cargo público de elección popular pueda parecer utópico, especialmente si lo consideramos como una posibilidad en la democracia mexicana, en la que los partidos políticos, especialmente lo dominantes, tienen repartida la arena política y tal parece que pelearán por cada centímetro que puedan ganar… o que sientan perdido. Sin embargo, la Ley General de Instituciones y de Procedimientos Electorales plantea esta modalidad para aquellos ciudadanos que decidan participar para ocupar tales cargos públicos, siempre y cuando cumplan con los requisitos que la misma ley establece.
Nuevo León y Jalisco son entidades en las que los candidatos independientes lograron ocupar puestos de elección popular; sin embargo, las suspicacias apuntan a que tales candidaturas independientes son solo una formalidad que está respaldada por partidos políticos interesados en mantener el poder sobre tales cargos, pues estas instituciones partidarias, que son figuras contempladas por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como el vehículo para que la ciudadanía pudiera acceder a la esfera política y decidir el rumbo de la nación, además de brindar educación política a los ciudadanos para que sus decisiones sean bien pensadas, han manipulado los procesos, convirtiéndose en mediadores entre el aparato de poder y el pueblo, que gozan de las ventajas de ejercer tal labor. Fomentan el clientelismo político y negocian votos. Apuestan por la ignorancia como elemento fundamental para manipular a las masas y crear condiciones que favorezcan a los intereses partidistas y de grupo.
A pesar de lo controversial que puedan resultar las candidaturas independientes, deben considerarse como un esfuerzo de los ciudadanos por participar activamente en la democracia, libres de los lineamientos políticos establecidos por los partidos. Es un paso lógico y necesario para la democracia, ejercida por una sociedad dinámica que, guste o no, va rompiendo moldes. Se hace indispensable la creación de nuevas formas, de nuevas posibilidades, en las que los ciudadanos sean gobernados por ciudadanos que puedan empatizar con los votantes porque son parte de esa masa demográfica, que conozcan la problemática en términos de seguridad, educación, movilidad, obras públicas y salud que enfrenta la sociedad cuando nos forman parte de la clase política.
Una candidatura independiente puede ser el eco de las exigencias populares y no hay que olvidar que la voz del pueblo es la voz de Dios. Su credibilidad e independencia dependen de nuestra disposición a darle fuerza a esta modalidad. Recordemos que las candidaturas independientes son las que reciben menos subsidio por parte del erario y tienen que persuadir a la mayoría de los votantes. Es decir, hay un ejercicio mucho más leal y genuino para representar a la ciudadanía.
Quizá si dejamos de pensar que es imposible, podríamos ver en las boletas más candidatos independientes, podríamos apostar por proyectos políticos más aterrizados a las realidades ciudadanas y daríamos un paso evolutivo en la democracia, donde sea posible quitarles a los partidos la brújula mágica que traza el camino de México y promover una verdadera alternancia que impacte de forma positiva a nuestra vida política.